Pages

viernes, 28 de enero de 2011

Olvido


Tenía la mirada perdida y clavada en dirección al horizonte. Estaba algo perdido en sí mismo, con la mente divagando entre sus propios recuerdos, como si mirando al horizonte pudiera abandonar a su suerte sus propias culpas. Alguna vez había oído los relatos de viejos marineros que hablaban de un planeta totalmente plano, como una tabla, en donde el horizonte marcaba el punto final. Más delante de éste había un gran abismo, monstruos gigantes esperaban los barcos desprevenidos que por azares de la suerte terminaban allí para hacerlos trizas sin compasión. Tal vez eso era lo que quería mirando hacia el frente. La brisa traía con ella varios pedazos de mundo, era traviesa, solo quería jugar a robar sonrisas, atravesaba los árboles, las palmeras, las rocas y a la gente misma. De cada uno de ellos robaba algo, cualquier cosa, un poco de esencia, y cuando se sentía muy pesada las abandonaba en el camino y empezaba a recoger más.

Sentado en una roca frente al mar, solo quería olvidar uno a uno todos esos obstáculos que interferían con su sonrisa. A decir verdad, era una tarde maravillosa, el sol brillaba en una forma pacífica, un calor apenas perfecto, las olas vivían sus cortas pero emocionantes vidas al nacer sobre una roca sumergida en el fondo del mar o por efecto del mismo viento, se desplazaban a toda velocidad hacia la playa arrastrando con ellas pequeños animales marinos, palos, botellas con mensajes que habían dado la vuelta al mundo y basura en pequeñas porciones, y morían al estrellarse de una forma espectacular contra la arena de la bahía o contra los corales. Los niños corrían en la arena y dejaban sus pequeñas huellas, tan hermosas, pequeñas y vanas que solo se pueden comparar con los recuerdos, ya que ambos terminarían cediendo ante la implacable brisa de la vida.

Su existencia había sido algo agitada, aunque no falta de oportunidades. Tal vez una terrible falta de seguridad era lo que tenía su mirada perdida en la eternidad de aquel lejano horizonte, en el fin de su mundo. Frente a él apareció un gran barco, pudo ver que sus tripulantes eran muchos de sus recuerdos no tan gratos, sentía que era una despedida, así que miró con algo de incredulidad hacia aquel barco y observó como lentamente iba siendo arrastrado lentamente por la brisa de la nostalgia.
Aún faltaba tiempo y paciencia para que este barco se fuera abismo abajo en el horizonte de su memoria y fueran devorados por las terribles fauces de aquel horrible monstruo que todo lo borra tarde o temprano, aquel al que todos tratan de huirle y al que nadie escapa, del que nadie se salva, aquel demonio llamado tiempo. En aquel barco iba un baúl muy pesado, de una belleza innegable, rodeado de unas anchas y pesadas cadenas igual de pesadas, y para completar este extraño elemento, un enorme candado, forjado con mucha fuerza, determinación y algo de rabia.

Él mismo se había encargado de poner aquél baúl en aquella nave sin rumbo inicial, pero con un final más que predecible. Tomó aquella decisión esa misma mañana, después de lastimarse muchas veces con aquello que se encontraba dentro de aquella hermosa caja. El mismo tiempo se había encargado de hacer que sea lo que sea que estuviese guardado ahí se hiciera algo complicado de llevar consigo, y no era para menos, aunque aquello era algo ciertamente hermoso y se había logrado convertir en una parte importante de la vida de este sujeto y se había logrado también ganar el amor más profundo de aquel ser solitario, pronto se volvió una necesidad más allá de un complemento y, por último, dañaba más de lo que arreglaba, y entristecía más de lo que alegraba su vida. Encerrarlo en un gran cofre era solo una intención, encadenarlo y sellarlo era solo una decisión, pero meterlo en ese barco con rumbo a la destrucción era darle un punto final.

Varias voces le decían que solo él podía saber hasta qué punto soportarlo, y que él mismo sabría cuando detenerlo todo y de qué manera, aquellas voces fueron el factor determinante en su decisión de ser feliz a costa de lo que fuera, así esto implicara desprenderse de aquello que tanto amaba, encerrándolo en aquella pequeña y hermosa prisión.

Aquella brisa juguetona que había viajado de algún lugar lejano golpeó su rostro y dejó en el todas aquellas esencias vivas que había estado robando al mundo, a su gente y a sus cosas. Se dio cuenta de que dormía y despertó súbitamente, era extraño pero se sentía tranquilo, se sentía vivo esta vez. Sus ojos se posaron automáticamente en el horizonte, en aquel infinito y lejano final, pero el barco había desaparecido y, con él, ese hermoso y enigmático baúl. No le importaba la hora, se sentía feliz, se sentía más que vivo. Una parte muy importante de su vida se había desaparecido en manos del tiempo, pero la libertad y la felicidad volverían junto a él, como nunca debió dejar de ser. Ahora podía mirar a la vida a los ojos sin miedo por no saber qué hacer el día de mañana.

Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 3.0 Unported License.

1 comentario:

  1. Y me quedo esperando de nuevo la verdadera soledad, esa que no tiene niños, ni colores, ni olores, esa que no es posible escribir, esa que anhelo casi con dolor cada vez que puedo leerte...

    porque el dolor es tan sincero que lo mas facil es esconderse no leerlo.

    ResponderEliminar