lunes, 17 de enero de 2011 | By: Camilo Ramírez "Milo".

Simplemente Polvo




Una libreta tan vacía como sus pensamientos era su mejor amiga; entre su bolso, un desorden de cosas tan innecesarias como un libro que ni si quiera le interesaba reflejaban su personalidad. "¡Qué día más lúgubre!"  pensaba aquella mujer. Estaba ahí, sentada en una banca en una plazoleta, no mediaba palabra alguna, como esperando a que algo sucediera... como quien espera la muerte.

Se había cansado de su vida cotidiana, la felicidad de días pasados había terminado una mañana cualquiera en la que se dio cuenta del paso del tiempo sobre ella, tan implacable, tan frío, no aceptaba explicaciones ni esperaba a nadie. Aquella tarde se le fue media vida sentada en aquella banca, mientras ella, a duras penas, sentía una leve brisa golpeando su rosto.

Si bien la ropa que por inercia se había puesto esa mañana era un poco grande, se sintió extrañamente algo más liviana dentro de ella, como si esta se hubiera expandido. Igual, no le interesaba. La tarde pintaba unas nubes densas y oscuras sobre los edificios y el viento arrastraba a su antojo hojas recién caídas de los árboles. En ese momento, la extraña mujer hizo de la rectitud de sus labios una pequeña curva, tal vez sonrió al pensar en el viento como un pequeño niño al que le gustaba jugar con los deshechos de la naturaleza y de la gente en un día normal.

Hojas secas de todos los colores se reunían en un remolino frente aquel ente de ropas anchas, al baile de pequeñas cosas inertes se unieron un par de volantes que habían sido abandonados a su suerte por personas que ni siquiera habían leído lo que había escrito sobre estos, iban demasiado a prisa, tal vez con sus propios mundos en desorden. Aquel pequeño torbellino se tornó más colorido al absorber unos cuantos empaques de dulce que habían sido arrojados al suelo por niños que iban sonriéndole a una vida en la que aún creían; unas cuantas colillas de cigarrillo de color naranja, rodaron también y bailaron al son del viento, como invitados a olvidar las preocupaciones y afanes de quienes, en cada bocanada de aire, acababan con un poco de sus vidas mientras los fumaban con algo de ansia, como esperando por un futuro que aún no llegaba.

Aquel arco iris de desperdicios de la cotidianidad de una calle cualquiera, súbitamente se tornó algo más agresivo y empezó a crecer frente a la mujer que, irónicamente, seguía sonriendo, parecía que había llegado lo que tanto esperaba. Todos pasaban frente a este ser que sonreía con algo de hipocresía, pero a nadie le interesaba lo que sentía. A ella tampoco le interesaba nadie.

La tarde se tornó de color amarillo, el sol había logrado atravesar la densidad de aquellas tristes nubes, pero ya era demasiado tarde, era la hora en la que este gran astro, en su agónico descenso, se despedía de aquellas personas para, en ese mismo instante, ir a saludar a quienes madrugaban al otro lado del planeta. El remolino se hacía cada vez más y más fuerte, y aquella mujer no dejaba de sonreír. Algo extraño sucedía con ella, sus ropas se deslizaban suave y lentamente hacia abajo por efecto de la gravedad, parecía como si se derritiera al igual que lo hace una vela. Simplemente se deshacía toda su humanidad sentada en aquella banca, pero ella no luchaba en contra de su inminente desaparición mientras el mundo seguía pasando junto a ella sin percatarse aún de lo que le sucedía. 

El sol aún luchaba por no descender en el horizonte y aquella mujer se empezó a hacer polvo que iba siendo arrastrado por el viento, como invitándola a la gran fiesta que se estaba dando en aquel remolino. Finalmente el sol desapareció y con él aquella mujer, un ser humano al que le tocó pasar su otra media vida sentada en el banco de una plaza, esperando con parsimonia a que la juguetona muerte hiciera de ella y de sus recuerdos nada más que un montón de polvo que había sido arrastrado por la brisa, y que ahora brillaba como las estrellas en la oscura noche que reinaba en aquel lugar que la vio desaparecer lentamente, mientras el resto de las personas se quitaban sus trajes y sus máscaras, y se iban a la cama a descansar.

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