martes, 16 de octubre de 2012 | By: Camilo Ramírez "Milo".

¡Los cuadros más costosos de la historia!


Navegando por la web encontré un sitio en donde me topé con una nota súmamente interesante... Los cuadros más valiosos de la historia, su nombre, su autor, su fecha de venta y lo más importante de todo... ¡EL VALOR EN EL QUE FUERON VENDIDAS! Vale la pena detenerse a leer las historias de cada uno de estos cuadros, definitivamente, de los más hermosos (y raros) de todos.

Acá dejo la dirección del sitio: ( http://humourcafe.blogspot.com/2007/08/top-10-most-expensive-paintings-ever.html), cabe anotar que el sitio está en inglés, aunque no es impedimento alguno para disfrutar de estas hermosas imágenes.

(La imagen que encabeza esta nota se llama " Irises" de Vincent Van Gogh, a mi parecer, uno de los cuadros más hermosos de todos los tiempos, y que, según este sitio, fué vendido en US $53,900,000!!! (definitivamente, solo buen gusto tenía quién los pagó)).

© (cabe anotar que ni la imagen ni los derechos son propiedad de este blog, por lo tanto, sólamente hago uso del "fair use", reconociendo que tal vez esta imagen esté protegida por derechos de autor (más bien conocidos como copyright (©), a fin de evitar problemas con los mismos.)
lunes, 15 de octubre de 2012 | By: Camilo Ramírez "Milo".

Café y Destino (Primera Parte)

  


<<Ilustración hecha por la mujer de la magia en las manos: Liliana (2630), quien tuvo el valor de seguirme la cuerda. Twiter: https://twitter.com/_2630_>>


  Un chico y una chica se encontraban una tarde en un corredor bastante amplio que unía dos calles en el centro de la ciudad y, como es de esperarse en una tarde cualquiera en el centro de cualquier ciudad, por aquel sitio pasaban muchas personas. En aquella callejuela había algunas pequeñas rejas negras que custodiaban unos arbustos verdosos con una que otra flor, y algunos árboles delgados y no tan altos, lo que la convertía en una especie de pulmón en el medio de aquella gran urbe. A ambos costados de aquel sendero había algunas de esas bancas de madera y metal que son tan comunes en todos los sitios al aire libre, estaban espaciadas algunos metros entre sí y justo en dos de aquellas bancas, opuestas entre sí, se sentaban aquellos dos lectores. Ambos jóvenes tenían en sus manos ejemplares cualquieras de la literatura, aunque no parecían tener nada en común estos dos libros más allá de sus hojas amarillentas y sus pastas un poco roídas por el tiempo.

Estaban tan inmersos en sus hojas que el resto del mundo parecía no existir, ni los altos edificios, ni la fuente que estaba a la derecha de aquel lugar, ni la estatua de ese héroe que tras mil batallas parecía estar confinado a ser el posadero de las palomas; anónimo, como casi todos los héroes.

Las mujeres son seres demasiado cuidadosos de los detalles, y cuando se sienten atraídas por algo (o por alguien) simplemente entran en una especie de trance en el que analizan a fondo a su objetivo. Pues bien, esta chica quedó encantada con lo que veía frente a ella, un chico encantador cuya única compañía en aquella tarde era una mochila sencilla llena de franjas pequeñas de colores que formaban una especie de zigzag. Por entre sus oscuras gafas de sol miraba con cierta curiosidad al chico frente a ella, parecía que este sujeto leía un libro que no tenía inicio, esto lo dedujo después de fijarse en que le faltaba la pasta delantera y unas cuantas hojas.

 Después de fijarse un rato más en los detalles se dio cuenta de que ese extraño libro parecía empezar en la página 30, donde se podía leer el título “Fin de una historia”. La razón de su curiosidad en un libro viejo e incompleto era que el suyo también lo estaba, pero a diferencia del que tenía el chico, el de ella si tenía inicio, pero no tenía final. Después de suponer mil ideas descartó esa de que fueran el mismo libro, ya que el de ella terminaba en la página 26, en donde en el último renglón se leía la palabra “destino”. Le restó toda la importancia a ese asunto y se volvió a clavar en sus hojas, abandonando también sus ideas.

Al tiempo que ella ignoraba cualquier señal del mundo circundante,  el chico levantó la vista para digerir unas cuantas ideas y, con algo de curiosidad, dirigió la vista a la chica que tenía en frente. Le pareció hermosa, una mujer de cabellos oscuros y desordenados por la brisa, unas gafas oscuras detrás de las cuales podían esconderse cualquier tipo de ideas (y de seguro un hermoso par de ojos de cualquier color), unos labios que dejaban mucho a la imaginación… En fin, una mujer simplemente encantadora. Pero había algo más que captaba toda su atención, y era ese libro viejo e incompleto del que ella se aferraba con su vida en ese instante. Lejos de sorprenderse se alegró de ver que no era el único ser en el planeta al que le causaba placer tomar cualquier libro, así no tuviera algunas partes, para escaparse de un mundo común y aburrido.

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Café y Destino (Segunda Parte)


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  La tarde estaba llegando a su fin, los rayos del sol se percibían opacos por algunas nubes que empezaban a acomodarse en el cielo. La gente, impasible ante los cambios del día, simplemente pasaban de un sitio a otro, muy seguramente con sus cabezas llenas de nubes también. Era una de esas tardes en las que la luz hace ver todo de una tonalidad amarillenta y algo oscura, casi del mismo color de las hojas de los dos fragmentos de libro que tenían este par de desconocidos entre sus manos.

Después de un rato el chico se paró de la silla y cruzó la pequeña alameda, la sombra proyectada por su humanidad hizo que la chica levantada su cara y lo mirara.

-¿Te gusta el libro que tienes en las manos?- preguntó él con algo de timidez. En los lentes oscuros de ella se podía ver su cara, reflejaba algo de temor, pero sus ojos ciertamente demostraban mucho interés. El temor que sentía el chico no era más que la consecuencia de la pasividad con la que ella se portaba frente a él.

-Sí, aunque me molesta un poco el hecho de saber que no lo podré acabar- dijo ella, y después de esto cerró la pasta delantera de aquel pequeño mamotreto de hojas y le enseñó la hoja final, en donde a la derecha se veía la costura rota del lomo del libro.

-Si es así, lo que a mi me molesta es el hecho de nunca haber podido comenzar el mío- repuso él con una sonrisa tímida y, cerrando las hojas que tenía en la mano, le enseñó la parte izquierda de la página 30, en donde se veía también rasgado el lomo de su libro.

El viento agitaba fuertemente las hojas de los árboles y los arbustos, y la tarde empezó a perder gradualmente su color para finalmente tornarse gris.

-¿Quieres acompañarme a tomar un café? hace frío…- exclamó súbitamente él. Algo se le atravesó en la  garganta, pero ella pareció no darse cuenta.

-Claro que sí- dijo ella, mientras se levantaba las gafas oscuras. -Hace bastante bien un café a esta hora-.  Se levantó de la silla y sonrió. -Me llamo Liliana- exclamó, como si hubiese podido leer el pensamiento del chico a quien acababa de conocer.

-Me llamo Javier- exclamó él con algo de timidez, casi que tartamudeando y, habiendo terminado su frase, se limitó a mirar al suelo, parecía que realmente se le dificultaba mucho poder mirarla a los ojos.

 Caminaron juntos hasta un antiguo café que quedaba a la izquierda del callejón. El silencio parecía de cristal, era frágil y transparente, dejaba ver las ganas que tenían de desencajarse las bocas a punta de preguntas, pero el miedo a romperlo estaba ahí. Cruzaron el umbral de una vieja puerta de vaivén y entraron en aquel sitio, después de mirar con algo de curiosidad todo el lugar lograron ver algunas peculiaridades ciertamente muy acogedoras como un mellotrón arrumado en una esquina y que ya no interpretaba ninguna clase de acorde, sino que servía como escaparate para sostener algunos bellos candelabros de metal.

Después de un rato volvieron a la realidad y, pasado el trance, escogieron una mesa que estaba ubicada en una esquina y junto a la cual había una gran ventana con un letrero pegado en el que se podía leer “1315 GENTES”.

-Bienvenidos, ¿Qué desean?- preguntó una amable dama entre la penumbra

-Dos cafés- respondió él con total desinterés de saber de quién era la voz. Se oyeron unos pasos alejándose por el piso de madera y de nuevo, el silencio.

Afuera la ciudad se oscureció aún más y la ventana se empezó a llenar de pequeñas gotitas de lluvia, mientras las sombras de los desesperados perturbaban la penumbra de aquel sitio. De repente un candelabro con tres velas encendidas apareció en la mesa  y el olor a café se desparramó por el ambiente. La anciana que les trajo los pocillos se perdía nuevamente en la oscuridad con la bandeja de metal brillante, dejando tras de sí una sensación de incertidumbre.

-¿Por qué un libro sin inicio?- preguntó Liliana con una mezcla de curiosidad y timidez.

-Porque me pareció gracioso leer un libro que inicia con el final de una historia- respondió Javier, esbozando una pequeña sonrisa con sus labios. -¿Y por qué un libro sin final?-

-Porque me pareció interesante tener el poder de terminar la historia como me plazca, si un día sonrío entonces imaginaré un final feliz, y si tengo un día gris imaginaré un final más sombrío. Es como jugar a ser Dios, a hacer las cosas dependiendo del ánimo con el que me levante- y sonrió con algo de picardía.

  Las velas se consumían muy rápido o simplemente el tiempo pasaba volando, pero después de romper ese cristal de hielo que los separaba pasaron horas y horas, y muchas más tazas de café.

  -Debo hacer una llamada, ya regreso- dijo Liliana y dejó encima de la mesa su fragmento de libro, desapareciendo por el mismo camino que lo hizo la anciana, en la penumbra trémula de las velas. Para llenar el tiempo, Javier tomó su fragmento de libro y empezó a compararlo con el de ella, llevándose una gran sorpresa al ver que en el lomo de este había un símbolo del infinito partido a la mitad, así que unió las dos partes para ver qué resultaba, ¡no había duda alguna! eran dos partes del mismo libro. El corazón le latía muy rápido y sus manos temblaban; abrió el libro en donde se cortaban las dos partes y se dio cuenta de que entre la página 26 y la 30 no había hojas. En ese momento ella regresaba.

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Café y Destino (Final)


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-¿Qué te pasa?- preguntó con cierto humor al verlo con tal cara de sorpresa Javier, quien parecía haber acabado de ver un fantasma, no dijo nada y simplemente le extendió las dos partes juntas. La sonrisa burlona desapareció de la cara de Liliana y juntos entraron en un trance similar. Parecía que no hubiera coincidencia en todo esto, era como si la palabra que se leía en el último renglón de la página 26 los hubiese unido en ese sitio esa misma tarde.

-Pero, faltan cuatro páginas- dijo ella con un acento plano, como despertando de un sueño.

-¿Y si vamos a buscarlas?- dijo él con un arrebato de energía. Ella simplemente se paró de la silla y le tomó la mano, halándolo con bastante fuerza, pagaron las tazas de café y corrieron a la calle.

La lluvia se había convertido en la dueña y señora de todo el lugar, abundaban las sombrillas, los charcos, los “splash” del agua salpicándolo todo al ser disparada por las llantas de los autos y por los zapatos de la gente que iba con prisa. Los postes, por su parte, alumbraban con una luz derretida todo a su alrededor, como si de sus focos salieran chorros de pintura amarilla que se corriera fácilmente por la acción del viento y de la lluvia precipitándose. En el suelo los charcos distorsionaban los reflejos del mundo con el golpear de las gotas de lluvia, como si del otro lado del espejo de agua el mundo temblara con violencia. Mientras todo esto sucedía, la humanidad, impávida ante las simplezas de una tarde de lluvia, seguía su propio rumbo.

Los dos jóvenes corrían cogidos de la mano, con un ritmo casi frenético, hacia ningún lado.

 -Espera- dijo Javier tratando de detenerse, mientras Liliana parecía correr por el tesoro de su vida.  

-¡ESPERA! - espetó de nuevo con una agitación tremenda.

-¿Qué pasa?- preguntó ella, con su cabello desordenado y mojado y su cara empapada de lluvia.

  -Si el destino nos dio un libro con el final de una historia, ¿por qué no escribimos nosotros en las cuatro páginas que faltan la nuestra? Siempre es más divertido el inicio que el final- y se quedaron mirándose fijamente.

Sus respiraciones estaban agitadas y no solamente por correr como desesperados por la calle, también estaba aquel sentimiento de felicidad y de sorpresa al recordar los acontecimientos que acababan de pasar. Les encantaba la manera como había sucedido la tarde, les encantaba el lugar, el café, la compañía del otro y ciertamente se encantaban mutuamente.

-¿Qué dices?- dijo Javier y, sin más palabras, Liliana se le abalanzó encima y se deshicieron en un beso lleno de energía y de calor, mientras la ciudad parecía derretirse alrededor e irse junto con la lluvia por las alcantarillas.

Las personas pasaban y con sus miradas juzgaban a este par de amantes anónimos que se fundían en con un beso a la luz de un amor efímero, mientras el resto de la humanidad habitaba bajo la sombra de sus sombrillas y se perdían en la oscuridad de un mundo incomprensivo. Separaron sus labios lentamente mientras el corazón aún les latía con la fuerza de la dinamita, se tomaron de la mano y con cierta nostalgia se dirigieron a la parada de bus más cercana, sabían que había llegado el inevitable “fin de una historia”.

Al llegar se despidieron en un abrazo húmedo y cálido antes de que Liliana pasara la registradora que parecía dividir las letras y la realidad. Se puso sus gafas oscuras de nuevo, esbozando una sonrisa algo triste con sus labios y, en silencio, dejó caer algunas lágrimas que se confundieron con las gotas de lluvia que ya estaban sobre su cara. Se dio la vuelta para cruzar el trinquete y, al volver su cara hacia atrás, Javier había desaparecido junto con la brisa que en ese momento soplaba hacia el sur.

  El final de la historia no está escrito aún, cada cual se llevó consigo su fragmento de libro, así que no pudieron conocer la parte restante de este. También ignoro si volverían o no a encontrar sus miradas y sus labios aquel par de amantes anónimos, pero si no volvieron a hacerlo, de lo que si estoy seguro es que ella, en sus días felices, dedica algunos minutos a imaginar finales felices para esa historia que hubo de caber en cuatro páginas.

 Las operaciones matemáticas básicas se parecen entre sí, por ejemplo, la suma se parece a la multiplicación y la resta es parecida a la división. Si se suman los dos dígitos del número en el que termina la parte del libro que posee Liliana y se multiplican los dos de la página en la que inicia la parte de Javier, se tendrá el símbolo del infinito en forma vertical. ¿Qué tantas letras cabrán en cuatro páginas de historias que siempre tienen un buen final?

Historia De Un Joven Artista. (Primera Parte)







Hubo una vez un joven, un gran soñador y muy inteligente, al que le gustaba leer, escribir y disfrutar de las cosas buenas que la vida día tras día tenía para ofrecerle.


Una vez, salió a las calles de su pueblo a divagar un momento en sus pensamientos, en un momento dado llegó a un mercado y se encontró con unas pequeñas figuras plásticas, tenían diversas formas, planetas, cometas, lunas, estrellas, soles, y cuantas más figuras se pudiese imaginar, decidió que, con el poco dinero que tenía en sus bolsillos, compraría algunas para acomodar en el vasto techo de su gran habitación.

Al llegar a su cuarto se dedicó horas enteras a ordenar con un patrón sus nuevas figuras, las ordenaba en cuadrado, en círculo, concéntricas, en forma de elipse, en rombo, en espiral... Pero se dio cuenta de que su techo era demasiado grande para tan pocas figuras, así que se dedicó a ahorrar lo que le daban sus padres diariamente para comprar dulces o libros, y así poco a poco ahorró el dinero suficiente para comprar una cantidad muy grande de estas extrañas pero hermosas figuras.


Pudo, después, dar rienda suelta a su imaginación, buscando la forma de poderlas acomodar con tal perfección que se sintiera orgulloso de su creación, así que volvió a tomar las formas con las que quería organizar sus pequeñas y hermosas figuras extrañas, poniendo un planeta por acá, una estrella por allá, un cometa un poco más cerca, un sol un poco más lejos...


Todos los días, al finalizar su jornada, se acostaba en el suelo y se dormía mirando su creación, tantas pequeñas figuras como era posible imaginar, estaban organizadas en formas tan hermosas que cualquier otra persona, más sensata por cierto, hubiera estado feliz de haber logrado y, de paso, se hubiera sentido orgullosa también. Pero no, no este muchacho, inquieto como él solo, dedicaba días enteros, desde el alba hasta el anochecer, tratando de lograr la perfección en lo que quería, y cada noche se dedicaba a pensar en cómo podría organizar aquellas pequeñas figuras de nuevo, de forma que fuera perfecto a la vista de cualquier observador.


Una mañana despertó y se dio cuenta de que había llevado su paciencia y su obsesión al máximo, pero no le importó, ansioso comenzó a desorganizar con rabia todo lo que había hecho durante tanto tiempo, las pequeñas figuras bailaban por doquier en el techo de su gran habitación, después de durar un día entero desahogándose con su creación, se acostó a dormir, y se dio cuenta, al mirar hacia arriba, de que su techo era la cosa más hermosa que hubiese visto algún día, era algo de lo que se podía sentir orgulloso con todo su corazón, y en ese gran caos que había creado, había encontrado todo lo que buscaba con tanto esmero: la perfección.

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Historia De Un Joven Artista (Final)



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Aunque el fin de su obra fue la más grande de las obras jamás vistas por ningún otro ser, este muchacho se emocionó tanto que sobrepasó sus límites de cordura y enloqueció. Apenados y sumergidos en la más grande de las tristezas, sus padres lo tuvieron que dejar en una casa de reposo hasta el fin de sus días, y lo más triste de todo es que este muchacho, gran creador, nunca jamás volvió a ver su hermosa obra, solamente la imaginaba y la tocaba en sus largos paseos por el mundo de la locura.

¿Qué pasó con su obra? bueno, su cuarto quedó confinado al olvido, los ventanales que surtían de luz a aquella habitación simplemente se oscurecieron por la mugre, el polvo, la lluvia que acentuaba día tras día más el barro en sus superficies cristalinas, y el descuido del mundo.

Tiempo después, en la profunda oscuridad de aquél cuarto, comenzaron a surgir pequeños seres vivos en todas las figuritas que una vez adornaron el techo de quien fuera un artista, en aquel pequeño caos creado por un loco, comenzaron a nacer seres tan perfectos como la misma obra sobre la que habitaban, pero así como un hijo tiende a heredar los ademanes de su padre, estos pequeños seres enloquecieron en otra búsqueda: la de su creador, en esa intensa necesidad de respuestas empezaron a divagar, igual que su padre, por las calles de la locura, una locura que es colectiva y que por eso a ninguno de aquellos pequeños seres le parecía descabellada como realidad, así empezaron todos a imaginar y a inventar distintos padres, todos con la única realidad de imaginarlo o inventarlo como un artista perfeccionista. Quien dijera la verdad, que su creador era un loco, era tomado como tal y apartado de esa pequeña gran sociedad.

Pobre de aquellos pequeños seres, aún con todo lo que han logrado avanzar en la eterna noche de su espacio, nunca lograrán conocer la verdad, la verdad de que, como su padre, están locos, y que viven simplemente en un cuarto oscuro, polvoriento y olvidado al que el día de hoy le llaman universo.

Ah, por cierto, ese joven soñador, artista, perfeccionista y loco de remate se llamaba Dios, hace quien sabe cuánto tiempo habrá muerto para convertirse, después, en uno de aquellos pequeños seres que habitan en su pequeño techo.

Sonrisa (Primera Parte)






Caminando por un estrecho sendero en uno de esos pueblos viejos que tanto caracterizan las regiones rurales de cualquier parte del mundo, me topé con el cementerio. Eran cerca de las 4 de la tarde, el aire se sentía pesado por el calor, como si no se quisiera dejar respirar, como si en cada bocanada de este se introdujera un poco de fatiga para el corazón. El camino se veía trémulo a causa del intenso calor, y en el cementerio grandes árboles de eucalipto, cipreses, pinos y uno que otro arbusto ofrecían sus hermosas ramas como un resguardo pasajero al sol asesino, al menos hasta la hora en donde éste se despide de esta franja del mundo para ir a hacer lo propio a la otra mitad.


Entré entonces en aquel tétrico lugar, por más de que el sol era radiante y el día totalmente claro, la pesadez del aire, en comparación la de afuera era totalmente evidente; caminar por entre los pasillos de los descuidados mausoleos de familias enteras que se erigían hacia lo alto, por entre las lápidas mentirosas (en las que queda consignado que todos los seres humanos eran buenos hombres y buenas mujeres, imagino que en la tumba de Hittler también dirá algo semejante), por entre los osarios de personas enteras que quedaron reducidas a un pequeño montón de cenizas llenas de recuerdos, hacía de este lugar algo no muy placentero de visitar. En fin, solo había entrado buscando el resguardo de uno de aquellos gigantes verdes.


Pasaba a lo largo de los pasillos enteros que formaban pequeñas callejuelas entre las horrendas edificaciones que componían este lugar, en todas se veía el paso del tiempo y las huellas de las inclemencias del clima, rayas negras que dejaba el agua a su paso por entre las paredes blancas o el mármol hacían ver todo más oscuro de lo que en realidad era, la maleza estaba alta y en algunos trozos de camino apenas si se podía distinguir entre un tenue sendero trazado por las personas que ya no venían a  visitar sus recuerdos ajenos y el resto de las tumbas. Era la época del año en donde los árboles hacían su limpieza personal, dejando caer muchas hojas de color café, que hacían un verdadero placer caminar por entre cualquier sendero ya que se partían debajo de los pies haciendo más sonoro el caminar, y los rezagos de alguna llovizna reciente habían mojado con pequeñas gotas de agua pura las punticas de la verde y hermosa maleza que era ahora la dueña y señora de aquel triste lugar.


Encontré, por fin, un árbol cuyas ramas se desplegaban a lo ancho de su tallo tan bien, que ofrecían un resguardo casi perfecto para quien deseara ocultarse de los rayos del sol y, coincidentemente, aquel fulano que buscaba resguardo era yo. Me senté a disfrutar de la sombra de aquel gigante, era tan expresivo que cada vez que soplaba cualquier ráfaga de viento se reía y agitaba sus hermosas ramas hacia todas las direcciones, haciendo con sus verdes hojas un sonido demasiado tranquilizador. Estaba a punto de quedarme dormido cuando me percaté de la presencia de algo que no había visto antes, tal vez por el cansancio.  Al pié del árbol había una especie de bolsa negra y en su interior había algo realmente curioso, ya que parecía un balón, me acerqué y en la sombra de las ramas del  viejo árbol desaté el pequeño nudo que amarraba aquel paquete misterioso, y al abrirlo… ¡sorpresa! Era una calavera, pero no era cualquiera,  en sus cuencas se veían tales signos de maldad y sabiduría que inspiraba demasiado temor y respeto al tiempo, su color amarillento denotaba la cantidad de tiempo que llevaba siendo una simple calavera, y su peso, fuera de lo normal, dejaba ver que aún tenía demasiadas ideas dentro de sus cavidades.


Al momento de agarrarla, me habló diciendo:


-Tómame con una mano, mírame a los ojos y te diré mil respuestas, te contaré mil historias, te narraré mil y una vidas completas, te hablaré de tesoros escondidos, grandes riquezas esperan por ti si me sostienes en tu mano”, así que procedí a sostenerla con mi mano derecha mientras con la izquierda solo atinaba a apretar un pequeño montón de pasto que había cogido en el momento en el que apareció mi acompañante misteriosa.


-La ironía de la vida -dijo- es que nunca terminas de vivirla, la libertad debería ser la única guía para vivir una vida bien vivida, darle rienda suelta a la imaginación, sentirse vivos de verdad con cada una de las cosas que se hacen… ¡eso es como beber una deliciosa copa del mejor vino! se disfruta de inicio a fin, sin desperdiciar ningún sorbo, por más pequeño que sea.


En un inicio solo se dedicó a relatarme algunas ideas de una manera muy efusiva, debo decir que me producía mucho placer oírlas, luego siguió con otra que decía algo como:



-Los animales son más civilizados que todos los seres humanos juntos, la naturaleza los hizo seres realmente sabios, matan cuando necesitan comer, beben cuando necesitan beber, corren libres por las praderas, por los bosques, por los desiertos… Nada los limita, viven en comunidades sin necesidad de preocuparse por la cantidad de miembros en sus manadas, sin necesidad de comportarse como salvajes por ideas contrarias, ¡razón tenía la hermosa frase que reza: “En algún momento de la evolución, los animales decidieron no hablar para no confundirse con la horrible bestia humana”, ¡tristemente el hombre es el único de los animales que hace valer su vida pisoteando las de los de más!, si bien la ley del más fuerte se da en todas las formas de vida posibles, el hombre es el único que la ridiculiza haciéndola ver como un acto de canibalismo innecesario.


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