Caminando por un estrecho sendero
en uno de esos pueblos viejos que tanto caracterizan las regiones rurales de
cualquier parte del mundo, me topé con el cementerio. Eran cerca de las 4 de la
tarde, el aire se sentía pesado por el calor, como si no se quisiera dejar
respirar, como si en cada bocanada de este se introdujera un poco de fatiga
para el corazón. El camino se veía trémulo a causa del intenso calor, y en el
cementerio grandes árboles de eucalipto, cipreses, pinos y uno que otro arbusto
ofrecían sus hermosas ramas como un resguardo pasajero al sol asesino, al menos
hasta la hora en donde éste se despide de esta franja del mundo para ir a hacer
lo propio a la otra mitad.
Entré entonces en aquel tétrico
lugar, por más de que el sol era radiante y el día totalmente claro, la pesadez
del aire, en comparación la de afuera era totalmente evidente; caminar por
entre los pasillos de los descuidados mausoleos de familias enteras que se
erigían hacia lo alto, por entre las lápidas mentirosas (en las que queda
consignado que todos los seres humanos eran buenos hombres y buenas mujeres,
imagino que en la tumba de Hittler también dirá algo semejante), por entre los
osarios de personas enteras que quedaron reducidas a un pequeño montón de
cenizas llenas de recuerdos, hacía de este lugar algo no muy placentero de
visitar. En fin, solo había entrado buscando el resguardo de uno de aquellos
gigantes verdes.
Pasaba a lo largo de los pasillos
enteros que formaban pequeñas callejuelas entre las horrendas edificaciones que
componían este lugar, en todas se veía el paso del tiempo y las huellas de las
inclemencias del clima, rayas negras que dejaba el agua a su paso por entre las
paredes blancas o el mármol hacían ver todo más oscuro de lo que en realidad
era, la maleza estaba alta y en algunos trozos de camino apenas si se podía
distinguir entre un tenue sendero trazado por las personas que ya no venían
a visitar sus recuerdos ajenos y el resto de las tumbas. Era la época del
año en donde los árboles hacían su limpieza personal, dejando caer muchas hojas
de color café, que hacían un verdadero placer caminar por entre cualquier
sendero ya que se partían debajo de los pies haciendo más sonoro el caminar, y
los rezagos de alguna llovizna reciente habían mojado con pequeñas gotas de
agua pura las punticas de la verde y hermosa maleza que era ahora la dueña y
señora de aquel triste lugar.
Encontré, por fin, un árbol cuyas
ramas se desplegaban a lo ancho de su tallo tan bien, que ofrecían un resguardo
casi perfecto para quien deseara ocultarse de los rayos del sol y,
coincidentemente, aquel fulano que buscaba resguardo era yo. Me senté a
disfrutar de la sombra de aquel gigante, era tan expresivo que cada vez que
soplaba cualquier ráfaga de viento se reía y agitaba sus hermosas ramas hacia
todas las direcciones, haciendo con sus verdes hojas un sonido demasiado
tranquilizador. Estaba a punto de quedarme dormido cuando me percaté de la
presencia de algo que no había visto antes, tal vez por el cansancio. Al
pié del árbol había una especie de bolsa negra y en su interior había algo
realmente curioso, ya que parecía un balón, me acerqué y en la sombra de las
ramas del viejo árbol desaté el pequeño nudo que amarraba aquel paquete
misterioso, y al abrirlo… ¡sorpresa! Era una calavera, pero no era cualquiera,
en sus cuencas se veían tales signos de maldad y sabiduría que inspiraba
demasiado temor y respeto al tiempo, su color amarillento denotaba la cantidad
de tiempo que llevaba siendo una simple calavera, y su peso, fuera de lo
normal, dejaba ver que aún tenía demasiadas ideas dentro de sus cavidades.
Al momento de agarrarla, me habló
diciendo:
-Tómame con una mano, mírame a
los ojos y te diré mil respuestas, te contaré mil historias, te narraré mil y
una vidas completas, te hablaré de tesoros escondidos, grandes riquezas esperan
por ti si me sostienes en tu mano”, así que procedí a sostenerla con mi mano
derecha mientras con la izquierda solo atinaba a apretar un pequeño montón de
pasto que había cogido en el momento en el que apareció mi acompañante
misteriosa.
-La ironía de la vida -dijo- es
que nunca terminas de vivirla, la libertad debería ser la única guía para vivir
una vida bien vivida, darle rienda suelta a la imaginación, sentirse vivos de
verdad con cada una de las cosas que se hacen… ¡eso es como beber una deliciosa
copa del mejor vino! se disfruta de inicio a fin, sin desperdiciar ningún
sorbo, por más pequeño que sea.
En un inicio solo se dedicó a
relatarme algunas ideas de una manera muy efusiva, debo decir que me producía
mucho placer oírlas, luego siguió con otra que decía algo como:
-Los
animales son más civilizados que todos los seres humanos juntos, la naturaleza
los hizo seres realmente sabios, matan cuando necesitan comer, beben cuando
necesitan beber, corren libres por las praderas, por los bosques, por los
desiertos… Nada los limita, viven en comunidades sin necesidad de preocuparse
por la cantidad de miembros en sus manadas, sin necesidad de comportarse como
salvajes por ideas contrarias, ¡razón tenía la hermosa frase que reza: “En
algún momento de la evolución, los animales decidieron no hablar para no
confundirse con la horrible bestia humana”, ¡tristemente el hombre es
el único de los animales que hace valer su vida pisoteando las de los de más!,
si bien la ley del más fuerte se da en todas las formas de vida posibles, el
hombre es el único que la ridiculiza haciéndola ver como un acto de canibalismo
innecesario.
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