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Aunque el fin de su obra fue la más grande de las obras jamás vistas por ningún
otro ser, este muchacho se emocionó tanto que sobrepasó sus límites de cordura
y enloqueció. Apenados y sumergidos en la más grande de las tristezas, sus
padres lo tuvieron que dejar en una casa de reposo hasta el fin de sus días, y
lo más triste de todo es que este muchacho, gran creador, nunca jamás volvió a
ver su hermosa obra, solamente la imaginaba y la tocaba en sus largos paseos
por el mundo de la locura.
¿Qué pasó con su obra? bueno, su cuarto quedó confinado al olvido, los
ventanales que surtían de luz a aquella habitación simplemente se oscurecieron
por la mugre, el polvo, la lluvia que acentuaba día tras día más el barro en
sus superficies cristalinas, y el descuido del mundo.
Tiempo después, en la profunda oscuridad de aquél cuarto, comenzaron a surgir
pequeños seres vivos en todas las figuritas que una vez adornaron el techo de
quien fuera un artista, en aquel pequeño caos creado por un loco, comenzaron a
nacer seres tan perfectos como la misma obra sobre la que habitaban, pero así
como un hijo tiende a heredar los ademanes de su padre, estos pequeños seres
enloquecieron en otra búsqueda: la de su creador, en esa intensa necesidad de
respuestas empezaron a divagar, igual que su padre, por las calles de la
locura, una locura que es colectiva y que por eso a ninguno de aquellos
pequeños seres le parecía descabellada como realidad, así empezaron todos a
imaginar y a inventar distintos padres, todos con la única realidad de
imaginarlo o inventarlo como un artista perfeccionista. Quien dijera la verdad,
que su creador era un loco, era tomado como tal y apartado de esa pequeña gran
sociedad.
Pobre de aquellos pequeños seres, aún con todo lo que han logrado avanzar en la
eterna noche de su espacio, nunca lograrán conocer la verdad, la verdad de que,
como su padre, están locos, y que viven simplemente en un cuarto oscuro,
polvoriento y olvidado al que el día de hoy le llaman universo.
Ah, por cierto, ese joven soñador, artista, perfeccionista y loco de remate se llamaba Dios, hace quien sabe cuánto tiempo habrá muerto para convertirse, después, en uno de aquellos pequeños seres que habitan en su pequeño techo.
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