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La tarde estaba llegando a su
fin, los rayos del sol se percibían opacos por algunas nubes que empezaban a
acomodarse en el cielo. La gente, impasible ante los cambios del día,
simplemente pasaban de un sitio a otro, muy seguramente con sus cabezas llenas
de nubes también. Era una de esas tardes en las que la luz hace ver todo de una
tonalidad amarillenta y algo oscura, casi del mismo color de las hojas de los
dos fragmentos de libro que tenían este par de desconocidos entre sus manos.
Después de un rato el chico se paró de la silla y cruzó la pequeña alameda, la sombra proyectada por su humanidad hizo que la chica levantada su cara y lo mirara.
-¿Te gusta el libro que tienes en las manos?- preguntó él con algo de timidez. En los lentes oscuros de ella se podía ver su cara, reflejaba algo de temor, pero sus ojos ciertamente demostraban mucho interés. El temor que sentía el chico no era más que la consecuencia de la pasividad con la que ella se portaba frente a él.
-Sí, aunque me molesta un poco el hecho de saber que no lo podré acabar- dijo ella, y después de esto cerró la pasta delantera de aquel pequeño mamotreto de hojas y le enseñó la hoja final, en donde a la derecha se veía la costura rota del lomo del libro.
-Si es así, lo que a mi me molesta es el hecho de nunca haber podido comenzar el mío- repuso él con una sonrisa tímida y, cerrando las hojas que tenía en la mano, le enseñó la parte izquierda de la página 30, en donde se veía también rasgado el lomo de su libro.
El viento agitaba fuertemente las hojas de los árboles y los arbustos, y la tarde empezó a perder gradualmente su color para finalmente tornarse gris.
-¿Quieres acompañarme a tomar un café? hace frío…- exclamó súbitamente él. Algo se le atravesó en la garganta, pero ella pareció no darse cuenta.
-Claro que sí- dijo ella, mientras se levantaba las gafas oscuras. -Hace bastante bien un café a esta hora-. Se levantó de la silla y sonrió. -Me llamo Liliana- exclamó, como si hubiese podido leer el pensamiento del chico a quien acababa de conocer.
-Me llamo Javier- exclamó él con algo de timidez, casi que tartamudeando y, habiendo terminado su frase, se limitó a mirar al suelo, parecía que realmente se le dificultaba mucho poder mirarla a los ojos.
Caminaron juntos hasta un antiguo café que quedaba a la izquierda del callejón. El silencio parecía de cristal, era frágil y transparente, dejaba ver las ganas que tenían de desencajarse las bocas a punta de preguntas, pero el miedo a romperlo estaba ahí. Cruzaron el umbral de una vieja puerta de vaivén y entraron en aquel sitio, después de mirar con algo de curiosidad todo el lugar lograron ver algunas peculiaridades ciertamente muy acogedoras como un mellotrón arrumado en una esquina y que ya no interpretaba ninguna clase de acorde, sino que servía como escaparate para sostener algunos bellos candelabros de metal.
Después de un rato volvieron a la realidad y, pasado el trance, escogieron una mesa que estaba ubicada en una esquina y junto a la cual había una gran ventana con un letrero pegado en el que se podía leer “1315 GENTES”.
-Bienvenidos, ¿Qué desean?- preguntó una amable dama entre la penumbra
-Dos cafés- respondió él con total desinterés de saber de quién era la voz. Se oyeron unos pasos alejándose por el piso de madera y de nuevo, el silencio.
Afuera la ciudad se oscureció aún más y la ventana se empezó a llenar de pequeñas gotitas de lluvia, mientras las sombras de los desesperados perturbaban la penumbra de aquel sitio. De repente un candelabro con tres velas encendidas apareció en la mesa y el olor a café se desparramó por el ambiente. La anciana que les trajo los pocillos se perdía nuevamente en la oscuridad con la bandeja de metal brillante, dejando tras de sí una sensación de incertidumbre.
-¿Por qué un libro sin inicio?- preguntó Liliana con una mezcla de curiosidad y timidez.
-Porque me pareció gracioso leer un libro que inicia con el final de una historia- respondió Javier, esbozando una pequeña sonrisa con sus labios. -¿Y por qué un libro sin final?-
-Porque me pareció interesante tener el poder de terminar la historia como me plazca, si un día sonrío entonces imaginaré un final feliz, y si tengo un día gris imaginaré un final más sombrío. Es como jugar a ser Dios, a hacer las cosas dependiendo del ánimo con el que me levante- y sonrió con algo de picardía.
Las velas se consumían muy rápido o simplemente el tiempo pasaba volando, pero después de romper ese cristal de hielo que los separaba pasaron horas y horas, y muchas más tazas de café.
-Debo hacer una llamada, ya regreso- dijo Liliana y dejó encima de la mesa su fragmento de libro, desapareciendo por el mismo camino que lo hizo la anciana, en la penumbra trémula de las velas. Para llenar el tiempo, Javier tomó su fragmento de libro y empezó a compararlo con el de ella, llevándose una gran sorpresa al ver que en el lomo de este había un símbolo del infinito partido a la mitad, así que unió las dos partes para ver qué resultaba, ¡no había duda alguna! eran dos partes del mismo libro. El corazón le latía muy rápido y sus manos temblaban; abrió el libro en donde se cortaban las dos partes y se dio cuenta de que entre la página 26 y la 30 no había hojas. En ese momento ella regresaba.
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