lunes, 15 de octubre de 2012 | By: Camilo Ramírez "Milo".

Sonrisa (Segunda Parte)



 **

Entre frases como estas, la calavera y yo pasamos toda la tarde bajo el árbol, sus sabios dientes se abrían y se cerraban para dar paso a palabras tan precisas, tan certeras, que apenas si podía respirar oyéndolas,  todas y cada una de ellas. Me habló de los distintos reyes, de los más majestuosos imperios, de los tesoros más deslumbrantes, de los pensadores más ilustres del mundo, cuyas palabras e ideas se había aprendido este demonio en forma de una inocente calavera, la forma final de todo ser humano.


La tarde estaba tranquila pero igual de pesada, ahora el sol había descendido un poco más dándonos ahora con toda su luz directamente a los ojos a mi inusual compañera y a mí, cuando finalmente logré articular algunas palabras fueron para preguntarle acerca de él (o "eso", como sea), de repente una oscuridad aún más espesa invadió los hoyos donde solían haber dos ojos, y dijo:


-No es de tu incumbencia joven curioso, soy quien soy y con saber eso a ti debería bastarte.


Sinceramente, saber que aquel sabio ser era una simple calavera no me causó ninguna satisfacción, así que esta vez fui más directo y le dije:


 -Aunque me honras con compartirme todas las ideas que me has relatado esta tarde a través de esos amarillentos dientes, no me convence la idea de que hayas sido un ser humano común en vida. ¿Quién eres, por el amor de Dios?


Un silencio instantáneo apareció entre nosotros y duró un rato, al cabo de algunos minutos me respondió:


-“Es extraño encontrar a alguien como tú en la soledad de este lugar, hasta aquí han llegado necios buscando un lugar para beber, para maldecir, para escapar de un mundo monótono... tristemente son personas vacías. Al encontrarme me irrespetan hundiendo sus dedos en mis cuencas, mueven mi quijada y, al momento en el que me presento, huyen despavoridos con expresiones tales de terror en sus rostros, que se que jamás volverán. En cambio tú, curioso endemoniado, has tenido el valor de mirar la oscuridad total de mis ojos, de sentir el aliento vacío de mi boca, de oír mis frías palabras, tu búsqueda de respuestas te ha traído a mí, algo que solo busca responder preguntas. ¿Por qué no me das algo de paz y me formulas la pregunta correcta?  Estoy cansado de responder siempre lo mismo, ustedes los humanos son tan predecibles que causan aburrimiento.”- Terminando con esta frase sus dientes se cerraron, y de nuevo... el silencio.


La mente humana es un misterio demasiado hondo, tan oscuro e inexplorado como el mismo mar, y tan grande como el mismísimo universo. ¿Cuántas preguntas distintas podrían haber dentro de la mente de cualquier ser? ¿Cómo iba a saber yo cuál era la pregunta correcta? Y más tétrico aún era suponer, ¿Cuál sería entonces la respuesta a tan magnífica pregunta? Al verlo de esta manera, podría nacer y morir mil veces consecutivas y en esas mil vidas pensar únicamente en la pregunta correcta, y aún así, no sabría cuál podría ser. Así que solamente dije:


-¿Por qué algo como tú, con todas las respuestas a las grandes preguntas de la humanidad se ha convertido en una simple calavera?


El silencio característico en nuestra conversación desde hacía algunos momentos había vuelto a aparecer, y se rompió de sorpresa con una frase que salía del vacío de las quijadas de aquella cosa:


-Mira hacia tu derecha y verás algo semejante a mí, otra horrenda calavera. Aquella cosa vacía perteneció a un gran terrateniente de estas tierras, tenía a su antojo cuantos manjares quería, podría haber viajado alrededor del mundo si hubiese querido, pero era tan avaro que apenas si gastaba dinero en sí mismo, eso sí, jamás escatimó un céntimo en lo que para él era lo más importante: la comida. Engullía los platos más deliciosos hasta la saciedad, y los sobrantes, que no eran pocos, los tiraba a un hoyo en la tierra para que ni siquiera los perros se los comieran. Argumentaba que todo lo que él había conseguido con su dinero no podía ser siquiera deseado por alguien más, era tan egoísta que vio perecer a su propio hermano a falta de una medicina y aún teniendo el dinero suficiente como para comprarle un millón de estas no movió ni un solo dedo para ayudarle, entonces un día cualquiera su cuerpo no aguantó más el peso de su alma y cayó enfermo, y aunque tenía todo el dinero del mundo pereció como cualquier otro ser vivo en esta tierra, y vino a parar a este triste lugar, en un hueco cualquiera, cubierto de una tierra cualquiera que un agua cualquiera se encargó a través de los años de remover, y ahí lo tienes, el hombre más rico de la región convertido en nada más y nada menos que una simple y vacía calavera.

***

0 comentarios:

Publicar un comentario