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Entre frases como estas, la
calavera y yo pasamos toda la tarde bajo el árbol, sus sabios dientes se abrían
y se cerraban para dar paso a palabras tan precisas, tan certeras, que apenas
si podía respirar oyéndolas, todas y cada una de ellas. Me habló de los distintos
reyes, de los más majestuosos imperios, de los tesoros más deslumbrantes, de
los pensadores más ilustres del mundo, cuyas palabras e ideas se había
aprendido este demonio en forma de una inocente calavera, la forma final de
todo ser humano.
La tarde estaba tranquila pero
igual de pesada, ahora el sol había descendido un poco más dándonos ahora con
toda su luz directamente a los ojos a mi inusual compañera y a mí, cuando
finalmente logré articular algunas palabras fueron para preguntarle acerca de
él (o "eso", como sea), de repente una oscuridad aún más espesa
invadió los hoyos donde solían haber dos ojos, y dijo:
-No es de tu incumbencia joven
curioso, soy quien soy y con saber eso a ti debería bastarte.
Sinceramente, saber que aquel
sabio ser era una simple calavera no me causó ninguna satisfacción, así que
esta vez fui más directo y le dije:
-Aunque me honras con
compartirme todas las ideas que me has relatado esta tarde a través de esos
amarillentos dientes, no me convence la idea de que hayas sido un ser humano
común en vida. ¿Quién eres, por el amor de Dios?
Un silencio instantáneo apareció
entre nosotros y duró un rato, al cabo de algunos minutos me respondió:
-“Es extraño encontrar a alguien
como tú en la soledad de este lugar, hasta aquí han llegado necios buscando un
lugar para beber, para maldecir, para escapar de un mundo monótono...
tristemente son personas vacías. Al encontrarme me irrespetan hundiendo sus
dedos en mis cuencas, mueven mi quijada y, al momento en el que me presento,
huyen despavoridos con expresiones tales de terror en sus rostros, que se que
jamás volverán. En cambio tú, curioso endemoniado, has tenido el valor de mirar
la oscuridad total de mis ojos, de sentir el aliento vacío de mi boca, de oír
mis frías palabras, tu búsqueda de respuestas te ha traído a mí, algo que solo
busca responder preguntas. ¿Por qué no me das algo de paz y me formulas la
pregunta correcta? Estoy cansado de responder siempre lo mismo, ustedes
los humanos son tan predecibles que causan aburrimiento.”- Terminando con esta
frase sus dientes se cerraron, y de nuevo... el silencio.
La mente humana es un misterio
demasiado hondo, tan oscuro e inexplorado como el mismo mar, y tan grande como
el mismísimo universo. ¿Cuántas preguntas distintas podrían haber dentro de la
mente de cualquier ser? ¿Cómo iba a saber yo cuál era la pregunta correcta? Y
más tétrico aún era suponer, ¿Cuál sería entonces la respuesta a tan magnífica
pregunta? Al verlo de esta manera, podría nacer y morir mil veces consecutivas
y en esas mil vidas pensar únicamente en la pregunta correcta, y aún así, no
sabría cuál podría ser. Así que solamente dije:
-¿Por qué algo como tú, con todas
las respuestas a las grandes preguntas de la humanidad se ha convertido en una
simple calavera?
El silencio característico en
nuestra conversación desde hacía algunos momentos había vuelto a aparecer, y se
rompió de sorpresa con una frase que salía del vacío de las quijadas de aquella
cosa:
-Mira hacia tu derecha y verás
algo semejante a mí, otra horrenda calavera. Aquella cosa vacía perteneció a un
gran terrateniente de estas tierras, tenía a su antojo cuantos manjares quería,
podría haber viajado alrededor del mundo si hubiese querido, pero era tan avaro
que apenas si gastaba dinero en sí mismo, eso sí, jamás escatimó un céntimo en
lo que para él era lo más importante: la comida. Engullía los platos más
deliciosos hasta la saciedad, y los sobrantes, que no eran pocos, los tiraba a
un hoyo en la tierra para que ni siquiera los perros se los comieran.
Argumentaba que todo lo que él había conseguido con su dinero no podía ser
siquiera deseado por alguien más, era tan egoísta que vio perecer a su propio
hermano a falta de una medicina y aún teniendo el dinero suficiente como para
comprarle un millón de estas no movió ni un solo dedo para ayudarle, entonces
un día cualquiera su cuerpo no aguantó más el peso de su alma y cayó enfermo, y
aunque tenía todo el dinero del mundo pereció como cualquier otro ser vivo en
esta tierra, y vino a parar a este triste lugar, en un hueco cualquiera,
cubierto de una tierra cualquiera que un agua cualquiera se encargó a través de
los años de remover, y ahí lo tienes, el hombre más rico de la región
convertido en nada más y nada menos que una simple y vacía calavera.
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